La vida es el regalo que recibimos para poder presenciar un momento divino en este planeta y participar de la vida de los demás. El principio es el nacimiento y el fin la muerte, nuestro pasaje en la tierra quizás corto, quizás largo, según cada cual lo sienta. ¿Cuál es entonces la diferencia entre una vida completa y una con el cuestionamiento permanente? ¿tiene un sentido, un propósito mi presencia?
Autora: MUW
Supongamos que existe un sentido, y que ese propósito sea ser una artista reconocida a los 32 años, y lo lograste, ¿qué pasaría con el resto de tu vida, se quedaría sin sentido? La vida, del que alcanzó un título universitario, un puesto gerencial, construir una familia propia, acumular riqueza, salir de la pobreza, tener un nivel de educación mejor que sus padres, vivir más años que otro, ¿tendría más sentido, habría llegado a una meta más digna? Y el que no, sería un ser perdido en una vida sin sentido, ¿excluido?
Pues no. Muchos de nosotros pasamos gran parte de nuestras vidas persiguiendo propósitos, que nosotros mismos nos creamos o que adoptamos de nuestros padres, parejas, escuelas, sociedad, para sentar una base y luego disfrutar de la vida. Con suerte a mitad de camino nos empezamos a preguntar si esos propósitos realmente son los fundamentos de nuestro existir. Nuestro concepto de vida empieza a desequilibrarse y entonces, ojalá, nos damos cuenta de que estuvimos preocupándonos por las cosas equivocadas.
La vida no necesita de un sentido, la vida misma lo es. Somos seres de cuerpo y alma, creados por la divinidad para estar, vivir y participar de este momento en la tierra con otros. Y no importa donde, por cuanto tiempo, ni el mañana, ni cómo somos. Solamente importa nuestra presencia, la mía, la tuya y la de los demás y lo qué hacemos de este encuentro. Sin nuestra presencia este momento sería completamente diferente, aprenderíamos otras cosas, compartiríamos otras alegrías y dolores, otras experiencias. Hoy nos toca esta experiencia, te toca leer justo estas líneas ahora, nos toca darnos cuenta de que estamos vivos, respirando. Quizás te toca darte cuenta de que vales tanto como el vecino, tu amigo, tu compañero, tus hermanos o tus padres. Quizás te toca ver que otros están necesitando tu ayuda y que tienes mucho para dar. Quizás estés reconociendo equivocaciones, aprendiendo de ellas y dando un paso adelante para enderezarlas. Quizás nos demos cuenta de que con lo que tenemos es suficiente y sobra para repartir. Quizás te des cuenta de que necesitas ponerte en acción para salir de una aflicción. Quizás sea este el momento de buscar y pedir ayuda a otra persona, una, que esté dispuesta a ayudar. Justo ahora me estoy dando cuenta, que estoy en el lugar que quería estar, disfrutando una llovizna y observando si se transforma en nevada.
La vida no necesita de un sentido, la vida misma lo es.
Podemos tener sueños, ambiciones, misiones, y podemos renovarlos o cambiar de parecer muchas veces a lo largo de nuestras vidas. Fluir con el día a día. Pero lo que muchas veces nos limita, es la tendencia de crear un capullo alrededor nuestro con cosas, planes, lugares, personas que nos hacen sentir seguros, no considerando que este capullo también nos aprisiona, somos rehenes de todo lo que generamos porque creemos que nos protege. En realidad, nos quita libertad de ser. Si pensamos en el momento que nacimos y dejamos ese lugar tan seguro del vientre para salir al mundo frío y desprotegidos apenas siendo unos bebes y aun así nos animamos, sobrevivimos y acudimos al calor del que más cerca teníamos en este momento, con suerte papa y mama. Y desde ese momento empezamos a aprender y enseñar a otros. Ese es el sentido de la vida, vivir, caminar y apreciar el presente, con toda la atención puesta en él y entregar lo mejor de nosotros en cada momento.
Desde niña siempre me han fascinado los grandes escaladores de montañas. Me solía preguntar que los motivaba llegar a la cima y atravesar tantas experiencias dolorosas, más allá de las hermosas, arriesgando sus vidas minuto a minuto, unos cuantos entregando la misma. ¿Sería el llegar a la cima y colocar la bandera de su país, sería ser el primero, sería apreciar el panorama sin igual desde el punto más alto de la cordillera o demostrar al mundo que pudo?
Mucho más tarde entendí, que atravesar tantos sacrificios requería mucho más que eso, era imprescindible un deseo profundo y personal, de superarse a sí mismo, valorar cada paso, apreciar el trayecto, asombrarse consigo mismo, descubrir sus peores sombras, rescatar sus mayores virtudes, entender que no se puede hacerlo solo, que es necesaria ayuda en el camino, acercarse a personas que nos acompañen en la travesía, ayudar a otras personas para que también puedan llegar a la cima. La cima, que no es el final del camino, sino el comienzo de un nuevo trayecto, un descenso y una nueva escalada. Se requiere de fe, en la creación, en lo divino y en lo espiritual, en uno mismo y en el universo.
Para mí, la vida requiere de ese deseo profundo, es el que nos guía, nos estimula a no rendirnos frente a los grandes obstáculos que siempre aparecen, el que nos lleva a perseguir nuestros sueños más intrínsecos, el que nos da sentido. Muchas veces desconocemos ese deseo, o nos olvidamos de él o simplemente lo negamos, pero siempre podemos regresar a él, buscarlo, encontrarlo, el deseo de vivir.
Seamos aprendices, maestros, busquemos con cada amanecer el equilibrio entre dar y recibir, ver y mostrar, escuchar y dialogar, abrazar y alejar, el barullo y el silencio, entre acoger y liberar, ser y dejar ser.
MUW
«El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida». Bertolt Brecht.
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